Codicia empresarial y políticas erráticas: así se generó la epidemia de fentanilo en EE.UU.

Hace años, una postal se repite en EE.UU.: personas desplomadas en las calles o que caminan encorvadas, a punto de caer. Somnolientas, sin control de sus movimientos. Con la piel reseca y cuerpos delgados al borde de la inanición. Sucias, despeinadas, con la mirada perdida. Demacradas. Casi muertas en vida.
Son las víctimas de la epidemia de opioides que hoy padece ese país, que se gestó en los años 90 a través de la venta legal de medicamentos para tratar el dolor, que produjo a una generación de adictos y que luego mutó al lucrativo mercado ilegal de fentanilo en el que colaboran conocidos cárteles mexicanos y narcotraficantes estadounidenses que nunca son mencionados en ese país.
Con un promedio de 80.000 muertes al año, según datos oficiales, los opioides, en particular el fentanilo, se han convertido en la droga más letal. Nunca antes habían fallecido tantas personas en tan poco tiempo por el consumo de una sustancia en EE.UU., el país que, como confirman cada año los informes de Naciones Unidas, es el mayor consumidor de drogas legales e ilegales a nivel mundial y que, a lo largo de su historia, ya padeció otras epidemias de heroína y cocaína.
El fentanilo es, también, un factor de conflicto diplomático. Ningún Gobierno de EE.UU. ha asumido jamás su responsabilidad en el consumo de drogas ilegales, ni su falta de políticas de prevención y de salud. Suele limitarse a culpar a los cárteles latinoamericanos.
Al igual que sus antecesores, ese es el eje del discurso de Donald Trump, quien desde que ganó por segunda vez la presidencia de EE.UU. ha reforzado sus ataques a México al culparlo por el tráfico de drogas.
En respuesta, la presidenta Claudia Sheinbaum recuerda cada tanto que es ese país, y no México, el que padece y debe atender la epidemia de fentanilo. También se ha preguntado en dónde están los laboratorios y los cárteles de EE.UU. porque, sin socios locales, los narcotraficantes mexicanos no tendrían tanto éxito. Y ha reclamado que EE.UU. frene el tráfico de armas que terminan en manos de los criminales.
El germen
De acuerdo con un análisis histórico de la epidemia de opioides en EE.UU. realizado por Esperanza Regueras Escudero y José López Guzmán, investigadores de la Universidad de Navarra (España), la preocupación por el uso de la morfina (uno de los principales derivados del opio) data desde 1870, pero recién en 1914, en los albores de la época prohibicionista, los opioides comenzaron a restringirse de manera tajante.
A partir de entonces surgió un debate científico sobre el tratamiento del dolor, que persiste hasta ahora, y que enfrenta a los médicos que temen que los opioides generen adicciones y a quienes consideran que lo prioritario es evitar el sufrimiento de las personas.
La “opiofobia”, como la denominan los investigadores, se resquebrajó hasta 1986, cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoció el tratamiento del dolor como un derecho universal y avaló a los opioides al considerar que, usados de manera correcta, podrían controlar el dolor en el 90 % de los pacientes sin provocar adicciones.
Una década después, la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés) de EE.UU. aprobó el uso controlado de oxicodona, un opioide con el que la poderosa y multimillonaria familia Sackler, propietaria del laboratorio Purdue Pharma, comenzó a fabricar la marca OxyContin.
Ese fue el punto de inflexión, ya que los Sackler realizaron intensas campañas de comercialización y publicidad desconocidas hasta entonces para un opioide. Así, minimizaron los riesgos y lograron que miles de médicos emitieran recetas incluso para tratamientos que no lo ameritaban, como un dolor de muelas. La fortuna de los Sakler se multiplicó en pocos años.
Y no fueron los únicos. De a poco, otras empresas farmacéuticas se sumaron a la prescripción masiva de opiodes sin importarles el destino de los pacientes y sin que el Gobierno regulara eficazmente la producción, la publicidad, la prescripción ni la venta.